Cantan los hermanos Álvarez Quintero, poetas andaluces, en su poema “La rosa del jardinero”:
Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
de cristal;
era, a su borde asomada
una rosa inmaculada
de un rosal.
Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
para él.
A la orilla de la fuente
un caballero pasó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.
era una tranquila fuente
de cristal;
era, a su borde asomada
una rosa inmaculada
de un rosal.
Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
para él.
A la orilla de la fuente
un caballero pasó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.
Cuentan
estos versos el dolor del que cultiva hermosas rosas, cuando un desconocido
corta una de ellas y se la lleva para siempre. Seguramente esta es una metáfora
del dolor que siente un padre o una madre, cuando su bella hija es enamorada y
llevada del hogar por su novio. Pero bien podría ser símil de toda pérdida,
sobre todo de aquellas virtudes irrecuperables.
El poema transcurre en un jardín. La palabra “jardín” deriva del francés jardin, diminutivo del francés antiguo jart, “huerto”. Y esta última proviene del latín hortus. Así es que ambas palabras están relacionadas y comúnmente las utilizamos para referirnos a terrenos cultivados con especies no mayores. Pero en verdad “jardín” es un terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales (el jardín de nuestra casa o los jardines de Versalles) y “huerto” es un terreno de corta extensión, generalmente cercado de pared, en que se plantan verduras, legumbres y a veces árboles frutales (el huerto de los Olivos). Entonces un jardín es para admirar la belleza de las plantas y un huerto para disfrutar de su alimento.
Jardín figura en la Escritura apenas dos veces,
en cambio huerto aparece 56.
El escritor de Eclesiastés, que muchos atribuyen al sabio rey
Salomón, cuenta cómo él hizo grandes obras, pero en ellas no encontró finalmente
el sentido de la vida: “me
hice huertos y jardines, y planté en
ellos árboles de todo fruto.”[1]
El otro texto en que se lee la palabra jardín lo
encontramos en el libro del profeta Jeremías, donde se registra que los reyes
tenían en sus palacios, lugares privados para su recreo: “Y
fue abierta una brecha en el muro de la ciudad, y todos los hombres de guerra
huyeron, y salieron de la ciudad de noche por el camino de la puerta entre los
dos muros que había cerca del jardín del rey, y se fueron por el camino
del Arabá, estando aún los caldeos junto a la ciudad alrededor.”[2]
Y no hay más. Alguien preguntará ¿y el jardín del Edén? Pero la
Biblia se refiere a Edén como “huerto”: “Y Jehová Dios
plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había
formado. / Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la
vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto,
y el árbol de la ciencia del bien y del mal. / Y salía de Edén un río para
regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos.” [3] La finalidad de aquel huerto era
alimentar a sus residentes, la primera pareja humana. Además de agrado y
alimentación, les brindaría trabajo: “Tomó,
pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo
labrara y lo guardase. / Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol
del huerto podrás comer”[4]
Sabemos
la trágica historia de Edén, un relato de tentación, desobediencia y pérdida. Tentación
por parte de la satánica serpiente, astuta y mentirosa, “la cual dijo a la
mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?”[5] Desobediencia
de Eva y Adán, que accedieron a la tentación de tomar de un fruto prohibido por
Dios. Pérdida de la primigenia inocencia: “Y él [Adán] respondió: Oí tu voz en
el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.”[6] Y
pérdida de su tierra natal –la raza humana pertenece a Edén-: “Y lo sacó Jehová
del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. / Echó, pues, fuera al hombre, y puso al
oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se
revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.”[7]
De allí en adelante los hombres vivirán anhelando
aquel huerto: “Y
alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de
riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la
dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra.”[8] El ser humano busca ese paraíso
perdido. En su sensualidad, herido por el pecado, cree reencontrarse con ese
jardín de delicias, en lugares de placer carnal, como casinos, centros
comerciales, restaurantes y resorts.
Son
frecuentes en casas y palacios, los huertos de hortalizas y legumbres.[9] La reina
Ester, para celebrar la victoria de los hebreos cautivos en Persia, ofreció “banquete por siete días en el patio del huerto
del palacio real a todo el pueblo que había en Susa capital del reino, desde el
mayor hasta el menor.”[10]
En
el Cantar de los Cantares, de Salomón, el Esposo compara a su amada con un
huerto: “Huerto cerrado eres,
hermana mía, esposa mía; Fuente cerrada, fuente sellada.”[11]
Los
profetas de continuo anuncian la recuperación del Huerto. Isaías: “Ciertamente consolará Jehová a Sion;
consolará todas sus soledades, y cambiará su desierto en paraíso, y su soledad
en huerto de Jehová; se hallará en ella alegría y gozo, alabanza y voces
de canto.”[12] Ezequiel: “Y dirán: Esta tierra que era asolada ha
venido a ser como huerto del Edén; y estas ciudades que eran desiertas y
asoladas y arruinadas, están fortificadas y habitadas.”[13] Joel:
“Delante de él consumirá fuego, tras de
él abrasará llama; como el huerto del Edén será la tierra delante de él,
y detrás de él como desierto asolado; ni tampoco habrá quien de él escape.”[14]
En
los huertos, en tiempos de apostasía, como en las cumbres de los cerros y bajo
árboles que ellos consideraban sagrados, solían hacer sacrificios y actos
impuros a dioses falsos, cosas abominables a Jehová: “pueblo que en mi rostro me provoca de continuo a ira, sacrificando en huertos, y quemando incienso sobre ladrillos”; “Los que se santifican y los que se
purifican en los huertos,
unos tras otros, los que comen carne de cerdo y abominación y ratón, juntamente
serán talados, dice Jehová.” [15]
Cuando
el Maestro enseña a Sus discípulos sobre la fe que Él predica, les dice que
ésta “es semejante al grano de mostaza,
que un hombre tomó y sembró en su huerto; y creció, y se hizo árbol
grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas.”[16] La fe es una
semilla sembrada como Palabra de Dios en el huerto interior de nuestro corazón.
Si es bien cuidada y regada, podrá crecer y llegar a ser cobijo y servicio a
otras almas. De lo contrario, se secará y morirá.
Decíamos
que la historia del huerto de Edén es un relato de tentación, desobediencia y
pérdida. Sin embargo es, también, un relato de esperanza, ya que allí mismo el
Señor promete que un día “la simiente de la mujer aplastará la cabeza de la
serpiente”, es decir un Hombre nacido de una descendiente de Eva, vencerá a la
Serpiente antigua. Ese Hombre es Jesucristo que derrotó al mal y su origen, en
la cruz del monte Calvario.
Otra
función para los huertos encontramos en la Biblia, y es la de sepulcro. Cuenta el
libro de Reyes: “Y durmió Manasés con sus
padres, y fue sepultado en el huerto de su casa, en el huerto de
Uza, y reinó en su lugar Amón su hijo.” [17] Cuando
Jesucristo, nuestro Salvador, muere y es bajado de la cruz, es sepultado en una
tumba nueva donada por uno de sus amigos, José de Arimatea: “Y en el lugar donde había sido crucificado,
había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún
no había sido puesto ninguno.”[18]
La
historia de la salvación comienza y termina en un huerto: el huerto de Edén y
el huerto del Santo Sepulcro. Dios, como aquel jardinero del poema, cultivaba
bellas rosas que fueron arrancadas por Satán; pero, contrariamente a la
rendición de aquél, Él jamás se rindió y luchó por salvar Sus creaciones. Preparó
un nuevo huerto bajo el sepulcro de Cristo, donde todo ser humano que acepte
como suyo el sacrificio de la cruz del Salvador, podrá morir a su antigua vida y
resucitar con Jesucristo a la vida santa, pura y eterna del Huerto del Edén. Dios
es tan cuidadoso de Su jardín como buen Jardinero. Dios es tan sabio en el cuidado
de Su huerto, porque Él es el Labrador del que habló Su Hijo Jesús: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
labrador. / Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que
lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.”[19]
[1] Eclesiastés 2:5
[2] Jeremías 52:7
[3] Génesis 2:8-10
[4] Génesis 2:15,16
[5] Génesis 3:1
[6] Génesis 3:10
[7] Génesis 3:23,24
[8] Génesis 13:10
[9] Deuteronomio 11:10; 1
Reyes 21:2
[10] Ester 1:5
[11] Cantares 4:12
[12] Isaías 51:3
[13] Ezequiel 36:35
[14] Joel 2:3
[15] Isaías 65:3; 66:17
[16] San Lucas 13:19
[17] 2 Reyes 21:18
[18] San Juan 19:41
[19] San Juan 15:1,2
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