miércoles, 19 de octubre de 2016

DOS PALABRAS EN ESPEJO


 

 También tengo otras ovejas que no son de este redil;
aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.”
San Juan 10:16 

Es curioso que la palabra “redil” escrita al revés sea “líder”. Es que todo redil necesita un líder y todo líder formará un redil donde ejercerá su liderazgo. 

He escuchado varias veces un argumento en contra de la palabra líder, que no debe utilizarse en la Iglesia porque no aparece en la Biblia. Es cierto, no leemos esa palabra en la Escritura, pero debemos entender el significado de ella: “Persona que encabeza y dirige un grupo o movimiento social, político, religioso, etc.” Por tanto el líder principal de todo cristiano es el Señor Jesucristo; luego lo será su pastor, su director de jóvenes, señoras o caballeros, su dirigente de célula o grupo de estudio, etc.  

En la Escritura encontramos una enorme cantidad de personajes que fueron líderes de gran fe en Dios y autoridad sobre el pueblo de Dios, tales como Abraham, Moisés, Samuel, David, Pedro, Pablo, etc. Las características comunes de esos hombres de Dios y que caracterizan al líder cristiano se pueden resumir de la siguiente forma: 

1)    Profunda convicción y compromiso con Dios y Su pueblo.

2)    Amplio criterio para juzgar la variedad de circunstancias humanas.

3)    Espíritu solidario, siempre dispuesto a servir a su prójimo.

4)    Visión de la obra que Dios le ha enviado a realizar.

5)    Firme voluntad para perseverar en el ministerio.
 

Dadas estas virtudes, es evidente que un líder cristiano es alguien atractivo por sus hechos, palabras y personalidad, para otros cristianos, deseosos de encontrar un modelo visible de Jesús, pues el líder encarna en cierto modo el sentir, el pensamiento y las actitudes y valores de Jesucristo. No es raro que un líder tenga seguidores o discípulos. De esta forma surgen grupos cristianos, movimientos, ministerios, iglesias. En otras palabras, nace un “redil”. 

Sí encontramos el vocablo “redil” en la Biblia. Diez veces el Espíritu Santo nos habla del redil, muy propio de pueblos que practicaban la crianza de ovejas y cabras. Se define como un “recinto cercado en el que los pastores guardan el ganado”. Los hebreos eran un pueblo más bien nómade y de pastores. Por lo tanto es frecuente en las palabras de los escritores bíblicos alusiones metafóricas al pastoreo, tales como cuando el Señor habla al profeta Natán: “Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” (2 Samuel 7:8 

Con amor misericordioso, pero con firmeza, Dios nos habla en la Escritura: Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; mas a la engordada y a la fuerte destruiré; las apacentaré con justicia.” (Ezequiel 34:16) Si bien es cierto el “redil” concreto es nuestra Iglesia o congregación, en el sentido más espiritual es el Reino de Dios. Todo creyente es alguien que en su espíritu ha sido trasladado del reino de tinieblas al reino del Amado Hijo de Dios. 

En el Nuevo Testamento “redil” es definitivamente símbolo del Reino de Dios. Jesús, el Buen Pastor, afirmó: De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. / Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.” (San Juan 10:1,2 

Jesús, nuestro “Líder”, nos congrega en Su “redil” para sanarnos, alimentarnos con Su Palabra, renovar nuestras mentes y transformarnos a Su imagen “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” (Romanos 8:29)
 
 
 

martes, 7 de julio de 2015

ALINEARSE



Las palabras también se ponen de moda. Hoy día (año 2015) escuchamos por todas partes “alinear”. Los jóvenes se alinean con los profesores y éstos con los trabajadores; la cámara se alinea con el gobierno; varios partidos políticos se alinean frente a un proyecto de ley; se alinean los jugadores en la cancha; otros alinean su auto, etc.  

El diccionario define el verbo alinear como “Colocar en línea recta varias personas o cosas; Incluir a un jugador en el equipo que ha de participar en un partido o en una competición; Vincular o asociar a una persona a una tendencia ideológica, política o de otro tipo”. Pero dependerá del contexto en el cual se la utilice, la palabra alineación referirá diferentes cuestiones. 

Cuando se refiere a la colocación en línea recta, no puedo dejar de recordar aquella vieja costumbre escolar de formarse en dos filas antes de entrar a la sala de clases, ordenamiento al parecer en desuso, en tiempos en que se valora más la toma de decisiones personales, la libertad individual y la democracia. 

En el ámbito deportivo designa la formación de un equipo. Los jugadores que salen a la cancha -arquero, defensa, mediocampo, delanteros- se ordenan de acuerdo a lo indicado por el entrenador. La televisión presenta en pantalla una placa con la alineación de partida del equipo. Los espectadores muchas veces lamentan la ausencia de su jugador favorito en la alineación del equipo. Acaso usted vivió esta experiencia en el último campeonato. 

En política suelen alinearse personas y partidos de corrientes muy distintas, frente a un asunto polémico como el aborto, las parejas homosexuales, la eutanasia, cambios de leyes, etc. aunque no tengan las mismas ideas políticas. 

Cuando se trata de la informática, más precisamente en lo que se refiere a la escritura de textos en el computador, el concepto de alineación es ampliamente utilizado para referir el posicionamiento de las líneas de un texto o párrafo, según varias posibilidades: derecha, izquierda, centrado y justificado. 

En definitiva la idea de alinearse es establecer un orden, unirse para lograr algo ordenado, estar la mayor cantidad de personas agrupadas en una sola línea. El concepto de alineación no es nuevo. Ya en la Antigüedad, en la época de los hebreos, se hablaba o escribía, al hacer sus genealogías, de líneas de parentesco, como se puede leer en el primer libro de la Biblia: “Y estos son los hijos de Reuel, hijo de Esaú: los jefes Nahat, Zera, Sama y Miza; estos son los jefes de la línea de Reuel en la tierra de Edom; estos hijos vienen de Basemat mujer de Esaú.” (Génesis 36:17) Lo mismo cuando se dice: “De los hijos de Secanías y de los hijos de Paros, Zacarías, y con él, en la línea de varones, ciento cincuenta.” (Esdras 8:3 

La palabra alinear no aparece en la Escritura pero sí se habla de línea de batalla. En estrategia militar es la disposición que afecta a las tropas de las diversas armas del ejército sobre el terreno, para que se presten apoyo mutuo y protección. Es un orden para la batalla, con el propósito de alcanzar victoria. Así un profeta escribe: “Y aconteció que cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el filisteo.” (1 Samuel 17:48) 

Una línea, en realidad es una alineación de letras, palabras y frases: “La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá; hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y presos.” (Isaías 28:13) 

En lo espiritual, con miras a la salvación de nuestras almas, todo ser humano necesita alinearse con Dios y para lograrlo debe hacerlo primero con Su Hijo Jesucristo. Si alinearse es tomar nuestra posición para estar en el orden que Dios quiere, entonces necesitamos reconocer nuestras faltas y pedir perdón a Él. La sangre de Jesús limpiará nuestras conciencias de pecado y así podremos entrar al Reino de Dios como hijos de Dios. Dentro del Reino nuevamente nos alinearemos, ocupando la posición que el Señor nos indique. Vivir alineados con Dios es conocer Su Palabra y obedecerla. ¿Está usted alineado con Dios?

jueves, 28 de noviembre de 2013

MANSEDUMBRE




Amo la mansedumbre y cuando entro
a los umbrales de una soledad
abro los ojos y los lleno
de la dulzura de su paz.

Amo la mansedumbre sobre todas
las cosas de este mundo. 

Yo encuentro en las quietudes de las cosas
un canto enorme y mudo.
Y volviendo los ojos hacia el cielo
encuentro en los temblores de las nubes,
en el ave que pasa y en el viento
la gran dulzura de la mansedumbre.



Estos versos corresponden al poema “Amo la mansedumbre”, escrito a los 15 años por el poeta chileno Pablo Neruda. A su edad y con esa profunda sensibilidad de bate, él intuyó la mansedumbre como parte de la creación, aunque no sería un hombre creyente. Tal vez se refería a esa quietud, ese silencio, esa paz que trasuntan todas las cosas cuando disfrutamos de la íntima soledad con nuestro yo.

Para nosotros la mansedumbre es sencillamente esa virtud o condición de manso, y el mejor ejemplo lo tenemos en Jesús que aceptó con mansedumbre Su destino en la cruz del sacrificio, por amor a la Humanidad.

¿Qué es la mansedumbre?
Según el Diccionario, manso es alguien “De condición benigna y suave.” También se trata a un animal así: “Dicho de un animal: Que no es bravo.” O puede ser “Dicho de una cosa insensible: Apacible, sosegada, tranquila”, como el aire manso o la corriente de un río que fluye mansa.

Desde el punto de vista de la Teología, mansedumbre es el control sobre sí mismo, cómo reaccionamos ante lo que nos violenta o irrita; es la virtud que tiene por objeto moderar la ira.

No es una opción, sino que está ordenada en el evangelio: “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,” (Efesios 4:2)

Es la virtud de los pacíficos, que son valientes sin violencia, que son fuertes sin ser duros: “Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga.” (San Mateo 21:5)

Catorce veces encontramos la palabra “mansedumbre” en la Biblia.

¿Quién es manso?
Manso es el que logra interiormente la paz; no se irrita gratuitamente, se domina, no se altera en forma desmedida ni se descontrola, aunque le sobren motivos. Por ejemplo de Moisés, que no era un hombre manso por naturaleza, desarrolló la virtud: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra.” (Números 12:3)

El hombre manso se encuentra en equilibrio, entre dos extremos negativos:
-       El colérico que se enoja por todo
-       El impasible al que todo le da igual

Ser manso no significa debilidad, aunque esté adornado de bondad, paciencia y comprensión. El manso se domina, medita y frena sus reacciones hasta que el autocontrol se hace hábito y por lo tanto virtud.

Diez veces se lee la palabra “manso” en la Biblia.

¿Cómo se adquiere?
La virtud es un hábito y los hábitos no se logran sino con actos frecuentemente reiterados. No es nada del otro mundo que alguien sea manso, sin que haya nada que lo irrite

Se gana con la lucha diaria contra uno mismo. Hay personas que parecen de carácter muy apacible mientras todos les llevan la corriente…

La virtud sólida no se adquiere nunca en tiempos de paz. Exige a dominarnos y no montar en cólera si nuestro hermano perdió nuestras llaves; si nos contestó mal porque está alterado por un problema familiar

¿Cuándo no debemos ser mansos?
Como las abejas clavan el aguijón a los que las irritan y el gato esconde sus uñas para jugar con el que le acaricia; podemos y debemos tener una santa ira cuando las ofensas van dirigidas a Dios.

Ahí no cabe la mansedumbre, sino la virtud de piedad que exige nuestro testimonio y nos obliga a salir en defensa de Dios como sus hijos que somos. Cristo arrojó con el látigo a los profanadores del Templo.

Es diferente de la tolerancia.
La tolerancia es intelectual y moral. Es por el mandato de amar al prójimo que toleramos los defectos del prójimo. En cambio la mansedumbre hace que domine mi propio temperamento hasta que no se vea lo que me altera.

Nuestro Señor se presentó como “manso y humilde de corazón” (San Mateo 11:29) y nos recuerda: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredaran la tierra” (San Mateo 5:4) lo cual nos marca este camino como necesario para encontrar la paz.

En la sociedad actual no se aprecia la mansedumbre.
Vivimos en una sociedad en donde la mansedumbre y la serenidad brillan por su ausencia porque se nos presentan como carentes de sentido. La violencia está impuesta diabólicamente desde los dibujitos animados para niños…

Cuando Jesucristo vuelva, los que hayan adquirido mansedumbre tendrán derecho a heredar el Reino: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredaran la tierra” (San Mateo 5:4)
 

BIBLIOGRAFÍA.

  • “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo. P. Royo Marín. Editorial BAC.

miércoles, 7 de agosto de 2013

UNA NUEVA GENERACIÓN.


 
“Los de mi generación no se comportaban de esta forma” afirma un adulto mayor, en tono severo. “Es que tú eres de otra generación, viejo”, responde en forma displicente el muchacho. “Generación”, interesante palabra. ¿Pero qué significará en todas sus dimensiones? Veamos el Diccionario de la RAE.  

Generación.
(Del lat. generatĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto de engendrar (procrear).
2. f. Acción y efecto de generar (producir). Generación de empleo.
3. f. Sucesión de descendientes en línea recta.
4. f. Conjunto de todos los vivientes coetáneos. Ejemplo: La generación presente, La generación futura.
5. f. Cada una de las fases de una técnica en evolución, en que se aportan avances e innovaciones respecto a la fase anterior. Ejemplo: Ordenadores de quinta generación.
6. f. Conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos. Ejemplo: La generación juvenil, La generación de la guerra.
7. f. p. us. Casta, género o especie.
 

Generación puede ser una acción. En este caso es un verbo: La lluvia sobre el desierto permitió la generación de todo tipo de plantas y hermosas flores, lo que solemos llamar desierto florido, en el norte de Chile. 

Otro verbo o acción es cuando se produce algo nuevo donde no lo había, como cuando decimos: Esperamos que el nuevo gobierno signifique la generación de mejores condiciones para los trabajadores. 

Pero si nos referimos a nuestros abuelos y antepasados, hablamos de la antigua generación. Nosotros somos la presente generación y nuestros hijos y nietos, la futura generación. Alguien nacido en los 60 dice: Yo pertenezco a la generación que llegó a la luna. Y el niño agrega: Y yo soy de la generación informática, puesto que él nació conociendo las computadoras. 

Esta palabra tan utilizada diariamente en verdad no es nueva. Es un término tan antiguo como la Biblia. Cuando la Escritura habla de una generación puede referirse a: 

  • El tiempo de alguien: Como lo decimos hoy día, la generación de mi padre o la de mi abuelo. “Porque pregunta ahora a las generaciones pasadas, Y disponte para inquirir a los padres de ellas” (Job 8:8) 

  • Clase de personas: También puede referirse a una clase de personas, como en "generación torcida" (Deuteronomio 32:5) o "generación de los justos" (Salmo 14:5) “Ellos temblaron de espanto; Porque Dios está con la generación de los justos.” (Salmo 14:5) 

  • Cantidad de tiempo: La palabra generación que aparece en arameo en el libro del profeta Daniel, se emplea para una generación que va de abuelo a nieto y cubre alrededor de setenta años: “¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación.” (Daniel 4:3)  y “Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades.” (Daniel 4:34)

  • Época: Suele aplicarse la palabra generación a la gente que vive en una determinada época, y, por extensión, a la época misma: “Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros” (San Mateo 11:16); “Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen.”  (San Lucas 1:50).

  • Genealogía: También es evidente que se la utiliza para designar a los integrantes de una genealogía (San Mateo 1:17) “De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce.” (San Mateo 1:17)

Jesucristo tuvo duras palabras para las personas de su época; les llamó una generación perversa. Cuenta el Evangelio:

“Y apiñándose las multitudes, comenzó a decir: Esta generación es mala; demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás. / Porque así como Jonás fue señal a los ninivitas, también lo será el Hijo del Hombre a esta generación. / La reina del Sur se levantará en el juicio con los hombres de esta generación, y los condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar. / Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque a la predicación de Jonás se arrepintieron, y he aquí más que Jonás en este lugar.” (San Lucas 11:29-32)

Suele pensarse que los milagros y sanidades realizados por Jesús tenían el propósito de hacer creer a la gente en Él, pero en realidad eran sólo una manifestación de Su amor y poder divino. Nadie llega a la fe por convencimiento intelectual ni por ver señales. La generación malvada demanda una señal, pero el verla o experimentarla no la convencerá ni convertirá a Cristo, ya que la fe no es asunto de emociones ni de pensamientos lógicos, sino de convicciones que vienen del reconocimiento que somos pecadores.

Jesús afirmó que a esa generación que demandaba señales de Él, para poder convencerse de que era el Hijo de Dios, no le sería dada ninguna señal más que la “señal de Jonás.” Éste había sido un profeta de hace ocho siglos antes, que fue enviado por Dios a predicar el juicio del Señor a la ciudad pecadora de Nínive. Jonás, como todos los judíos de su generación, sentía un profundo desagrado por la capital de Asiria y se rehusó a ir, huyendo lejos. Pero como nadie puede arrancar del Señor, éste fue alcanzado en un barco en medio de un mar tempestuoso, fue lanzado a las olas y tragado por un pez que, luego de tres días, lo vomitó en las playas frente a la ciudad de Nínive. Obligado a predicar el mensaje de Dios, los habitantes de Nínive escucharon su mensaje y testimonio, y se arrepintieron. El Señor les perdonó.

Como Jonás permaneció dentro del pez tres días, Jesús habría de permanecer en el sepulcro y al tercer día resucitaría. La única señal que necesitamos para tener fe es creer que Jesucristo resucitó y hoy está vivo, a la diestra de Dios Padre, ejerciendo como Señor de toda la Humanidad.

La generación de hoy no quiere creer en Dios porque sabe que a Él no le agrada su forma de vivir. A Dios no le agradan nuestros adulterios, desórdenes sexuales, vicios, egoísmos, ambiciones materiales, idolatrías, formas de entretención y, sobre todo, el orgullo y soberbia de no querer reconocer que hemos fallado, faltando a Sus mandamientos. Nos cubrimos y protegemos con nuestra forma de pensar, “mi filosofía de vida”, “mi religión”, y todo tipo de argumentos para dejar fuera a Jesucristo. Los habitantes de Nínive un día se levantarán, en el juicio a esta generación, y la condenarán, porque ellos sí se arrepintieron a la predicación de Jonás. Cuánto más hoy día, habiendo escuchado a Jesucristo y visto de mil formas, no deberíamos arrepentirnos y entregar la vida a Él.

La reina de Saba, sabiendo de la gran sabiduría y riqueza material y cultural del rey Salomón, viajó desde Etiopía hasta Jerusalén para conocerlo y se encontró con Uno mayor que él, Aquél que  es la fuente de toda sabiduría y conocimiento. ¿No deberíamos hacer lo mismo hoy día nosotros y dejarlo todo por Jesucristo, para ser salvados de esta perversa generación?



martes, 2 de julio de 2013

EL HUERTO DE DIOS.





Cantan los hermanos Álvarez Quintero, poetas andaluces, en su poema “La rosa del jardinero”:

Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
de cristal;
era, a su borde asomada
una rosa inmaculada
de un rosal.

Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
para él.

A la orilla de la fuente
un caballero pasó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.

 

Cuentan estos versos el dolor del que cultiva hermosas rosas, cuando un desconocido corta una de ellas y se la lleva para siempre. Seguramente esta es una metáfora del dolor que siente un padre o una madre, cuando su bella hija es enamorada y llevada del hogar por su novio. Pero bien podría ser símil de toda pérdida, sobre todo de aquellas virtudes irrecuperables.

El poema transcurre en un jardín. La palabra “jardín” deriva del francés jardin, diminutivo del francés antiguo jart, huerto”. Y esta última proviene del latín hortus. Así es que ambas palabras están relacionadas y comúnmente las utilizamos para referirnos a terrenos cultivados con especies no mayores. Pero en verdad “jardín” es un terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales (el jardín de nuestra casa o los jardines de Versalles) y “huerto” es un terreno de corta extensión, generalmente cercado de pared, en que se plantan verduras, legumbres y a veces árboles frutales (el huerto de los Olivos). Entonces un jardín es para admirar la belleza de las plantas y un huerto para disfrutar de su alimento.

Jardín figura en la Escritura apenas dos veces, en cambio huerto aparece 56.

El escritor de Eclesiastés, que muchos atribuyen al sabio rey Salomón, cuenta cómo él hizo grandes obras, pero en ellas no encontró finalmente el sentido de la vida: me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto.”[1]

El otro texto en que se lee la palabra jardín lo encontramos en el libro del profeta Jeremías, donde se registra que los reyes tenían en sus palacios, lugares privados para su recreo: “Y fue abierta una brecha en el muro de la ciudad, y todos los hombres de guerra huyeron, y salieron de la ciudad de noche por el camino de la puerta entre los dos muros que había cerca del jardín del rey, y se fueron por el camino del Arabá, estando aún los caldeos junto a la ciudad alrededor.”[2]

Y no hay más. Alguien preguntará ¿y el jardín del Edén? Pero la Biblia se refiere a Edén como “huerto”: “Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. / Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. / Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos.” [3] La finalidad de aquel huerto era alimentar a sus residentes, la primera pareja humana. Además de agrado y alimentación, les brindaría trabajo: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. / Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer[4]

Sabemos la trágica historia de Edén, un relato de tentación, desobediencia y pérdida. Tentación por parte de la satánica serpiente, astuta y mentirosa, “la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?”[5] Desobediencia de Eva y Adán, que accedieron a la tentación de tomar de un fruto prohibido por Dios. Pérdida de la primigenia inocencia: “Y él [Adán] respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.”[6] Y pérdida de su tierra natal –la raza humana pertenece a Edén-: “Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado.  / Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.”[7]

De allí en adelante los hombres vivirán anhelando aquel huerto: Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra.”[8] El ser humano busca ese paraíso perdido. En su sensualidad, herido por el pecado, cree reencontrarse con ese jardín de delicias, en lugares de placer carnal, como casinos, centros comerciales, restaurantes y resorts.

Son frecuentes en casas y palacios, los huertos de hortalizas y legumbres.[9] La reina Ester, para celebrar la victoria de los hebreos cautivos en Persia, ofreció “banquete por siete días en el patio del huerto del palacio real a todo el pueblo que había en Susa capital del reino, desde el mayor hasta el menor.”[10]

En el Cantar de los Cantares, de Salomón, el Esposo compara a su amada con un huerto: Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía; Fuente cerrada, fuente sellada.”[11]

Los profetas de continuo anuncian la recuperación del Huerto. Isaías: “Ciertamente consolará Jehová a Sion; consolará todas sus soledades, y cambiará su desierto en paraíso, y su soledad en huerto de Jehová; se hallará en ella alegría y gozo, alabanza y voces de canto.”[12] Ezequiel: “Y dirán: Esta tierra que era asolada ha venido a ser como huerto del Edén; y estas ciudades que eran desiertas y asoladas y arruinadas, están fortificadas y habitadas.”[13] Joel: “Delante de él consumirá fuego, tras de él abrasará llama; como el huerto del Edén será la tierra delante de él, y detrás de él como desierto asolado; ni tampoco habrá quien de él escape.”[14]

En los huertos, en tiempos de apostasía, como en las cumbres de los cerros y bajo árboles que ellos consideraban sagrados, solían hacer sacrificios y actos impuros a dioses falsos, cosas abominables a Jehová: “pueblo que en mi rostro me provoca de continuo a ira, sacrificando en huertos, y quemando incienso sobre ladrillos”; “Los que se santifican y los que se purifican en los huertos, unos tras otros, los que comen carne de cerdo y abominación y ratón, juntamente serán talados, dice Jehová.” [15]

Cuando el Maestro enseña a Sus discípulos sobre la fe que Él predica, les dice que ésta “es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto; y creció, y se hizo árbol grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas.”[16] La fe es una semilla sembrada como Palabra de Dios en el huerto interior de nuestro corazón. Si es bien cuidada y regada, podrá crecer y llegar a ser cobijo y servicio a otras almas. De lo contrario, se secará y morirá.

Decíamos que la historia del huerto de Edén es un relato de tentación, desobediencia y pérdida. Sin embargo es, también, un relato de esperanza, ya que allí mismo el Señor promete que un día “la simiente de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente”, es decir un Hombre nacido de una descendiente de Eva, vencerá a la Serpiente antigua. Ese Hombre es Jesucristo que derrotó al mal y su origen, en la cruz del monte Calvario.

Otra función para los huertos encontramos en la Biblia, y es la de sepulcro. Cuenta el libro de Reyes: “Y durmió Manasés con sus padres, y fue sepultado en el huerto de su casa, en el huerto de Uza, y reinó en su lugar Amón su hijo.” [17] Cuando Jesucristo, nuestro Salvador, muere y es bajado de la cruz, es sepultado en una tumba nueva donada por uno de sus amigos, José de Arimatea: “Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno.”[18]

La historia de la salvación comienza y termina en un huerto: el huerto de Edén y el huerto del Santo Sepulcro. Dios, como aquel jardinero del poema, cultivaba bellas rosas que fueron arrancadas por Satán; pero, contrariamente a la rendición de aquél, Él jamás se rindió y luchó por salvar Sus creaciones. Preparó un nuevo huerto bajo el sepulcro de Cristo, donde todo ser humano que acepte como suyo el sacrificio de la cruz del Salvador, podrá morir a su antigua vida y resucitar con Jesucristo a la vida santa, pura y eterna del Huerto del Edén. Dios es tan cuidadoso de Su jardín como buen Jardinero. Dios es tan sabio en el cuidado de Su huerto, porque Él es el Labrador del que habló Su Hijo Jesús: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. / Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.”[19]




[1] Eclesiastés 2:5
[2] Jeremías 52:7
[3] Génesis 2:8-10
[4] Génesis 2:15,16
[5] Génesis 3:1
[6] Génesis 3:10
[7] Génesis 3:23,24
[8] Génesis 13:10
[9] Deuteronomio 11:10; 1 Reyes 21:2
[10] Ester 1:5
[11] Cantares 4:12
[12] Isaías 51:3
[13] Ezequiel 36:35
[14] Joel 2:3
[15] Isaías 65:3; 66:17
[16] San Lucas 13:19
[17] 2 Reyes 21:18
[18] San Juan 19:41
[19] San Juan 15:1,2