Amo la mansedumbre y cuando entro
a los umbrales de una soledad
abro los ojos y los lleno
de la dulzura de su paz.
Amo la mansedumbre sobre todas
las cosas de este mundo.
Yo encuentro en las quietudes de las cosas
un canto enorme y mudo.
Y volviendo los ojos hacia el cielo
encuentro en los temblores de las nubes,
en el ave que pasa y en el viento
la gran dulzura de la mansedumbre.
Estos versos corresponden al poema “Amo la mansedumbre”, escrito a los 15 años por el poeta chileno Pablo Neruda. A su edad y con esa profunda sensibilidad de bate, él intuyó la mansedumbre como parte de la creación, aunque no sería un hombre creyente. Tal vez se refería a esa quietud, ese silencio, esa paz que trasuntan todas las cosas cuando disfrutamos de la íntima soledad con nuestro yo.
Para
nosotros la mansedumbre es sencillamente esa virtud o condición de manso, y el
mejor ejemplo lo tenemos en Jesús que aceptó con mansedumbre Su destino en la
cruz del sacrificio, por amor a la Humanidad.
¿Qué es la
mansedumbre?
Según el Diccionario, manso es alguien “De
condición benigna y suave.” También se trata a un animal así: “Dicho de un
animal: Que no es bravo.” O puede ser “Dicho de una cosa insensible: Apacible,
sosegada, tranquila”, como el aire manso o la corriente de un río que fluye
mansa.
Desde el punto de
vista de la Teología, mansedumbre es el control sobre sí mismo, cómo reaccionamos
ante lo que nos violenta o irrita; es la virtud que tiene por objeto moderar la ira.
No es una opción, sino que está ordenada en el evangelio: “con
toda humildad y mansedumbre,
soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,” (Efesios
4:2)
Es la virtud de los
pacíficos, que son valientes sin violencia, que son fuertes sin ser duros: “Decid
a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de animal
de carga.” (San Mateo 21:5)
Catorce
veces encontramos la palabra “mansedumbre” en la Biblia.
¿Quién es manso?
Manso es el que logra
interiormente la paz; no se irrita gratuitamente, se domina, no se altera en
forma desmedida ni se descontrola, aunque le sobren motivos. Por ejemplo de
Moisés, que no era un hombre manso por naturaleza, desarrolló la virtud: “Y
aquel varón Moisés era muy manso,
más que todos los hombres que había sobre la tierra.” (Números 12:3)
El hombre manso se
encuentra en equilibrio, entre dos extremos negativos:
-
El colérico
que se enoja por todo - El impasible al que todo le da igual
Ser manso no significa
debilidad, aunque esté adornado de bondad, paciencia y comprensión. El manso se
domina, medita y frena sus reacciones hasta que el autocontrol se hace hábito y
por lo tanto virtud.
Diez
veces se lee la palabra “manso” en la Biblia.
¿Cómo se adquiere?
La virtud es un
hábito y los hábitos no se logran sino con actos frecuentemente reiterados. No
es nada del otro mundo que alguien sea manso, sin que haya nada que lo irrite
Se gana con la lucha
diaria contra uno mismo. Hay personas que parecen de carácter muy apacible
mientras todos les llevan la corriente…
La virtud sólida no
se adquiere nunca en tiempos de paz. Exige a dominarnos y no montar en cólera
si nuestro hermano perdió nuestras llaves; si nos contestó mal porque está
alterado por un problema familiar
¿Cuándo no debemos
ser mansos?
Como las abejas
clavan el aguijón a los que las irritan y el gato esconde sus uñas para jugar
con el que le acaricia; podemos y debemos tener una santa ira cuando las
ofensas van dirigidas a Dios.
Ahí no cabe la
mansedumbre, sino la virtud de piedad que exige nuestro testimonio y nos
obliga a salir en defensa de Dios como sus hijos que somos. Cristo arrojó con
el látigo a los profanadores del Templo.
Es diferente de la
tolerancia.
La tolerancia es
intelectual y moral. Es por el mandato de amar al prójimo que toleramos los
defectos del prójimo. En cambio la mansedumbre hace que domine mi propio
temperamento hasta que no se vea
lo que me altera.
Nuestro Señor se
presentó como “manso y humilde de corazón” (San Mateo 11:29) y nos recuerda: “Bienaventurados los mansos
porque ellos heredaran la tierra” (San Mateo 5:4) lo cual
nos marca este camino como necesario para encontrar la paz.
En la sociedad actual
no se aprecia la mansedumbre.
Vivimos en una
sociedad en donde la mansedumbre y la serenidad brillan por su ausencia
porque se nos presentan como carentes de sentido. La violencia está impuesta
diabólicamente desde los dibujitos animados para niños…
Cuando Jesucristo vuelva, los que hayan adquirido mansedumbre tendrán
derecho a heredar el Reino: “Bienaventurados
los mansos porque ellos heredaran la tierra”
(San Mateo 5:4)
BIBLIOGRAFÍA.
- “Teología de la perfección
cristiana”. Rvdo. P. Royo Marín. Editorial BAC.
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