¿Quién soy yo? Es la pregunta que se hace el hombre o la mujer, por lo
general en la juventud, cuando comienza a descubrir que es una persona
diferente de sus padres. Hasta ese momento siente, piensa y actúa como ellos le
enseñaron, pero cuando surge esta interrogante ¿soy yo éste?, la vida se
complica pero sí se vuelve muy interesante, pues se inicia en la persona una de
sus más bellas aventuras, la búsqueda de su identidad. Una de las maravillas de
la psicología humana es la unicidad del ser, es decir esa característica que
tiene cada persona: ser distinto a todos los demás. Dios nos ha hecho a cada
uno diferente, con nuestros propios dones, intereses y estilos de ser. De allí
la multiplicidad de pensamientos, formas de vivir, filosofías y sentimientos,
aquello que la Biblia llama “la multiforme gracia de Dios” [1]
Este dilema del ser está presente desde las primeras páginas de la
Escritura, porque es un problema humano. El rebelde Caín, cuando Dios le
pregunta por su hermano Abel, le responde insolente “No sé ¿soy yo acaso guarda de mi hermano?” [2] Como hijo mayor debía cuidar de Abel, pero hizo todo lo contrario y lo mató por
envidia. Caín no aceptó el ser que Dios le asignó y su destino fue peregrinar
lejos de su Creador.
¡Qué diferente la
actitud del anciano Abraham, el padre de la fe, quien delante de Dios se
considera muy poco: “soy polvo y ceniza”[3]
O la actitud de su nieto Jacob, el que después sería nombrado Israel, cuando
temiendo el ataque violento de su hermano Esaú, expresó al Señor: “menor soy que todas las misericordias y que
toda la verdad que has usado para con tu siervo”[4]
En esta vida podemos
considerarnos pasajeros, de paso, como Moisés, que dio por nombre a su hijo
Gersón, porque dijo: “Forastero soy
en tierra ajena.”[5] Y se veía a sí mismo como
muy débil e incapaz de cumplir la misión que le encomendó Jehová, de libertar a
su pueblo del yugo egipcio: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra,
ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.”[6]
“He aquí, yo soy torpe de
labios; ¿cómo, pues, me ha de oír Faraón?”[7]
Pero
hay también hombres que, por circunstancias de la vida, ocupan cargos de
autoridad y se ven a sí mismos como poderosos señores, como el Faraón que
protegió y delegó su autoridad en el visionario hebreo José: “Yo soy Faraón; y sin ti ninguno alzará su
mano ni su pie en toda la tierra de Egipto.”[8] Este
José era un hombre muy sabio, tratado en el sufrimiento, justo, amoroso,
perdonador de sus hermanos que lo vendieron cuando niño a unos mercaderes,
inteligente en el gobierno y lleno de fe en Dios. De su padre, el anciano casi
ciego Jacob, recibió la bendición que comienza con estas palabras: “El Dios en
cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene
desde que yo soy hasta este día”[9]
¿Desde cuándo somos? Desde que somos embrión en el vientre de la madre. En el
camino de la vida deberemos descubrir quiénes somos.
Encontramos
en el Pentateuco, es decir los cinco primeros libros de la Biblia, 68 veces la
palabra “soy”, de las cuales 46, casi el 70%, se refieren a Dios. Siendo el
propósito de las Sagradas Escrituras dar a conocer al Ser Superior, esto es muy
lógico. En dichas palabras Él se revela al ser humano como el Único que se
conoce a Sí mismo desde siempre: “Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.”[10]
Estas palabras “YO SOY” se han traducido en la Biblia por Jehová.
Cuando
Abraham tenía noventa y nueve años, se le apareció Jehová y le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante
de mí y sé perfecto.”[11] Ser
perfecto es ser moralmente adecuado o santo. Dios se muestra a él como un Ser
con propósitos en la historia humana: “Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto,
porque allí yo haré de ti una gran nación.”[12] Él
es el Creador del ser humano: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al
mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?”[13] Interviene
en la Historia y quiere libertar a la raza humana de toda esclavitud: “Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo
de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré
con brazo extendido, y con juicios grandes” [14]
Entrega normas de conducta y promete salud a sus seguidores: “Si oyeres
atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos,
y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna
enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador.”[15] Llama
a apartarnos del mal para ser como Él; el significado básico de santidad es
“ser apartado”: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los
pueblos para que seáis míos.”[16]
Aborrece de la idolatría a cualquier dios falso o imagen de ellos: “No te
inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso”[17]
¡Qué
diferencia tan grande hay entre este SER SUPERIOR y nosotros, los seres creados
por Él! A pesar de que hemos sido hechos “semejantes” –no iguales- a Él, somos
intrínsecamente débiles y necesitados de nuestro Padre Creador. Descubrir esta
esencia de nuestro ser es la más grande revelación; entender que necesitamos de
Dios, que sin Él nuestra vida no tiene sentido. Tal descubrimiento nos acercará
a otra faceta del mismo Dios: la persona de Jesucristo, Dios hecho Hombre para
nuestra liberación. Quien entrega su vida a este Ser Superior disfrutará de la
más profunda satisfacción, todos sus anhelos espirituales serán saciados; todas
sus preguntas y dudas serán respondidas por Aquél que vendrá a habitar en su
interior: Dios Espíritu. Y así podrá, al término de su vida en esta tierra,
decir como el poeta:
YO NO SOY YO[18]
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
¿Cuál es el verdadero yo del hombre?
Jesucristo es la identidad que Dios ha programado para nosotros en la
eternidad. Sólo Él puede saciar la sed de identidad y eternidad que hay en el
corazón del ser humano. En el último libro de la Biblia, Apocalipsis, el apóstol
Juan registra estas palabras de Jesús Resucitado: “Hecho está. YO SOY el Alfa y la Omega, el
principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente
del agua de la vida.”[19]
[1] 1 Pedro 4:10
[2] Génesis 4:9
[3] Génesis 18:27
[4] Génesis 32:10
[5] Éxodo 2:22
[6] Éxodo 4:10
[7] Éxodo 6:30
[8] Éxodo 3:11
[9] Génesis 48:15
[10] Éxodo 3:14
[11] Génesis 17:1
[12] Génesis 46:3
[13] Éxodo 4:11
[14] Éxodo 6:6
[15] Éxodo 15:26
[16] Levítico 20:26
[17] Deuteronomio 5:9
[18] Juan Ramón Jiménez, poeta
español, Premio Nobel de Literatura 1957.
[19] Apocalipsis 21:6
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